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Reforzar su autoestima, la clave

 La adolescencia es una etapa propicia para una baja autoestima. Fomentar la empatía o alentar la confianza, pero evitando elogios sin fundamentos son algunos de los consejos que dan los expertos.

Una chica adolescente sujeta una corona
  1. María R. Lagoa

La autoestima es una de las damnificadas de la adolescencia, un período de búsqueda, inseguridades y dudas. Por ello, padres y educadores deben estar atentos para reforzar la autoestima de los chicos que tienen a su cargo. Uno de los interrogantes que surgen es cómo conseguir ese refuerzo sin provocar que los hijos caminen hacia el lado oscuro del narcisismo. La respuesta parece estar en el equilibrio, siempre hay que alentarles a tener confianza en sus habilidades y cualidades, pero fomentando al mismo tiempo la responsabilidad y la equidad, y evitando elogios sin fundamento o recompensas no merecidas.

Abel Domínguez Llort, psicólogo infanto-juvenil y director de Domínguez Psicólogos (Madrid), explica las razones de que esta etapa sea más proclive a una baja autoestima que el resto de la vida: “En ese período dependemos más de variables externas a nosotros mismos, somos más vulnerables a la crítica y a la opinión de los demás, a que nos afecten más los comentarios despectivos sobre nuestro aspecto o simplemente sentirnos observados o juzgados”.

Domínguez hace una especial mención a los complejos, “unas orejas un poco grandes, unos pelos en los brazos, unas piernas que no gustan o una tripa, cosas que están muy relacionadas con el desarrollo biológico y corporal de los chavales, que además suelen corregirse con la evolución”. El psicólogo conmina a los padres a estar ojo avizor porque esas inseguridades deberían ser pasajeras: “Pero cuando esos complejos frenan el desarrollo personal de los chavales habría que consultar con el psicólogo”.

Abigail Huertas Patón, psiquiatra infantil y vocal de la Asociación Española de Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia (Aepnya), recuerda que la adolescencia es un período de cambios emocionales y físicos, el cuerpo crece rápido y de forma desproporcionada, aparece el acné, el desarrollo puberal y sexual. Otras causas que pueden desencadenar una caída de la autoestima son el acoso escolar, los conflictos con otros adolescentes, los cambios o el aspecto físico, así como el temperamento innato de cada niño: “Es un conjunto de factores ambientales, genéticos e incluso epigenéticos”.

Consecuencia de una baja autoestima

Las consecuencias no son triviales y afectan a la salud mental: un desarrollo de la personalidad disfuncional, ansiedaddepresión, aislamiento social, fracaso escolar, conductas antisociales e incluso vandálicas, dificultades para desarrollar todo el potencial personal, para tomar decisiones arriesgadas y enfrentar los desafíos de la vida.
La realidad es que la baja autoestima es frecuente en la adolescencia y casi inherente a este tramo vital.

No va a ser cuestión de si van a tener o no ataques de baja autoestima, es que los van a tener”, enfatiza Domínguez. Lo pueden expresar de distintas maneras: “Unas veces en forma de rabietas o ataques de ira, otras en forma de ‘me tiro en la cama y me pongo a escuchar música por la tarde mirando al techo’, otras en forma de tristeza, de aislamiento o conductas un poco bizarras o raras”.

Huertas menciona también cambios en el comportamiento como retirarse de las actividades que solían disfrutar, pensamientos negativos sobre sí mismo, como que son inútiles, feos, estúpidos o no valorados, tristeza constante, cambios en el apetito y el sueño, esforzándose mucho por ser perfectos en todo lo que hacen porque les falta confianza en sí mismos o problemas para mantener relaciones saludables con sus compañeros. Algunos chavales pueden somatizar a través de dolores de cabeza o estómago recurrentes, sin causa médica evidente.

Cuando la baja autoestima es persistente y causa un impacto significativo en su calidad de vida, hay que buscar la ayuda de profesionales de salud mental, como un psicólogo clínico infantil o un psiquiatra infantil. Pero, ¿qué podemos hacer los padres? ¿Cómo reforzamos la autoestima de nuestros hijos sin empujarlos hacia otros problemas como el narcisismo?

Diferencias entre alta autoestima y narcisismo

A diferencia de la baja autoestima, el narcisismo patológico o lo que los profesionales denominan trastorno de la personalidad narcisista no es una afección frecuente durante la adolescencia, aunque algunos rasgos narcisistas, como el deseo de atención y la preocupación por la apariencia pueden ser normales en esta etapa. Son rasgos que suelen atenuarse a medida que los adolescentes maduran y desarrollan una identidad más sólida. Si son muy intensos, persistentes y perjudiciales, pueden ser motivo de preocupación.

La autoestima implica una opinión positiva de uno mismo, sentirse capaz de enfrentar retos, aceptar limitaciones y errores, y mantener una imagen equilibrada de sí mismo. El narcisismo se refiere a un patrón de comportamiento en el que una persona tiene una exagerada admiración por sí misma, un sentido de superioridad y una falta de empatía hacia los demás. Puede manifestarse por una búsqueda constante de atención y admiración.

Ambos especialistas subrayan que es esencial reforzar la autoestima de los adolescentes. De hecho, Huertas considera que la baja autoestima es más probable que pueda producir una personalidad narcisista que una autoestima elevada. “Potenciar su autoestima es muy importante para su desarrollo, para que tengan una imagen positiva de sí mismos y para que se sientan capaces”, asevera la psiquiatra. Para conjurar el riesgo del narcisismo “es suficiente con evitar reforzar de forma exagerada que se sientan superiores y no fomentar que se den importancia”. 

Trabajar desde edad temprana

A su juicio, prevenir el narcisismo en la adolescencia pasa por empezar a trabajar en una autoestima saludable y en habilidades sociales adecuadas desde una edad temprana: “Evitar rasgos narcisistas en la adolescencia supone un esfuerzo continuo y una educación constante en valores como la empatía, la responsabilidad y la humildad, es decir, ejercer una crianza responsable”.

En general, lo recomendable es no elogiar sin motivo o justificación, evitando que se sientan superiores al resto, recompensar el esfuerzo pero nunca premiar sin fundamento, que no asuman que se merecen reconocimientos porque sí. Hay que enseñar a nuestros hijos a asumir la responsabilidad de sus errores, no mentir por ellos, no protegerles constantemente de las consecuencias de sus actos ni justificar sus transgresiones de las normas o restar importancia a conductas predelictivas o delictivas: “Que se sientan impunes puede hacer que no desarrollen capacidad de autocrítica”.

Por otro lado, inculcar que debemos comprender las necesidades y emociones de los demás evita el egocentrismo y los adultos podemos servir de modelo saludable: “No hay que mostrarse superiores con nuestros hijos, es probable que esto influya más en su baja autoestima que en que puedan desarrollar una personalidad narcisista, pero ambas opciones son muy negativas para su futuro”.

Más allá del qué, valorar cómo lo han hecho

Domínguez aconseja acompañar al adolescente, no ir por delante de los que pueda conseguir y no reforzar lo que realmente no ha logrado. Este psicólogo especializado en la adolescencia enfatiza la importancia de valorar el esfuerzo más que los logros: “Yo creo que una clave para los padres es que más que los resultados, que son reforzables en un momento dado, es que refuercen los procesos, más allá del qué, refuercen cómo lo han hecho, cómo se han esforzado, cómo se han apoyado en los demás o cómo han jugado en equipo”.

Domínguez coincide en que el ejemplo es clave, reforzándonos a nosotros mismos: “Teniendo comentarios positivos sobre cosas en las que queremos que ellos se fijen, estamos enseñándoles cómo tratarse, lo que es importante y lo que merece la pena perseguir como valores vitales».