Síndrome de piernas inquietas
El síndrome de piernas inquietas no solo impide dormir bien; sus síntomas son mucho más incapacitantes de lo que se piensa y aumentan el riesgo de sufrir otras enfermedades físicas y mentales.
El síndrome de piernas inquietas (SPI) tiene unos síntomas muy claros, pero muchas veces no se consideran patológicos. Por eso, esta enfermedad tarda años en diagnosticarse, a pesar de que es muy frecuente: afecta a entre el 7,5% y el 12% de la población general. Purificación Titos, presidenta de la Asociación Española de Síndrome de Piernas Inquietas (AESPI), tardó 20 años en averiguar lo que le sucedía y recibir tratamiento. “Estaba en el tercer trimestre de mi segundo embarazo cuando comencé a notar algo muy raro en las piernas que me obligaba a moverme”, relata.
Esa sensación se iniciaba entre las últimas horas de la tarde y el inicio de la noche y siempre en situación de reposo. “Justo en el momento de acostarme o de tumbarme en el sofá para descansar, sentía una inquietud en mis piernas que me impedía quedarme quieta”, explica Purificación. Si ya se encontraba en la cama, tenía que levantarse y ponerse a caminar y moverse continuamente hasta que se le pasaba. Pero la sensación volvía poco después. “Podía pasar así varias horas durante la noche, por lo que me resultaba imposible dormir”.
A la mañana siguiente tenía que desempeñar su trabajo de maestra en una escuela, sin poder permitirse faltar por no haber dormido, ya que entonces se ausentaría continuamente. La repercusión iba más allá del terreno laboral y la consiguiente disminución del rendimiento. “Hice un viaje en avión a México en el que tuve que avisar a las azafatas de que no me podía estar quieta y les pedí permiso para moverme por el pasillo”, comenta a modo de ejemplo. Además, tanto en el teatro como en el cine se sentaba siempre en la última fila para tener más libertad de movimientos. Algunas personas con esta enfermedad evitan conducir porque temen enfrentarse a un episodio de piernas inquietas sin poder detener el coche.
Incomprensión ante los síntomas
Purificación señala que su caso no es de los más graves. En otros pacientes los síntomas se presentan con menor frecuencia -por ejemplo, una vez a la semana-, pero también hay personas en las que tanto la intensidad de las manifestaciones en las piernas como el impacto psicológico llegan a causar depresiones graves. “En la asociación tenemos registrado el suicidio de una mujer que llevaba tiempo diciendo que no podía más”, revela la presidenta de AESPI.
Los afectados se enfrentan con frecuencia a la incomprensión. Los síntomas que sufren no son fáciles de divulgar porque no se trata de la costumbre de mover continuamente las piernas, algo que muchas personas hacen porque están nerviosas o tienen esa manía. En estos casos es posible dejar de hacerlo, mientras que las personas con SPI no pueden detener el movimiento de ninguna forma.
Purificación describe lo que siente de la siguiente manera: “No es dolor, sino una tensión o una inquietud. Es como si anduvieran hormigas por mis piernas o entrara un rayo y me diera una pequeña descarga en la pierna, pero solo de rodilla por abajo”.
Causas y mecanismos de la enfermedad
El conocimiento de las causas del SPI, que también se denomina enfermedad de Willis-Ekbom, es todavía bastante limitado. La neuróloga Laura Lillo, codirectora de la Unidad del Sueño del Servicio de Neurología del Hospital Ruber Internacional (Madrid), recalca que es “muy frecuente, pero poco conocido y se da poco valor a sus síntomas”. Es 2-3 veces más prevalente en mujeres que en hombres y puede ocurrir desde la infancia. “Es igual de frecuente en niños que en niñas y la diferencia de género comienza a partir de la menarquia, con la pubertad”, precisa la experta.
Es una enfermedad neurológica que “se pensaba que podía venir de la médula espinal o de un problema más periférico de circulación, pero su origen es cerebral”, expone Lillo. En concreto, es un “trastorno sensitivo-motor en el que se afectan los circuitos dopaminérgicos, glutamatérgicos y de adenosina y lo que provoca es una necesidad de mover las piernas que a veces se acompaña de incomodidad o de síntomas sensitivos, pero generalmente no hay dolor”. La dopamina, el glutamato y la adenosina son mensajeros químicos del cerebro (neurotransmisores) que cumplen funciones muy diversas y esenciales.
Se han detectado factores genéticos y, de hecho, es una enfermedad que con mucha frecuencia afecta a varios miembros de una misma familia. No obstante, no hay un único gen implicado, sino que es poligénica. Además, también se han descrito factores de riesgo ambientales.
En cuanto a los mecanismos que dan lugar a este síndrome, Lillo expone que está claro que hay “un trastorno del metabolismo del hierro y ya en la descripción inicial del SPI se observó que es mucho más frecuente en pacientes con anemia ferropénica”. No obstante, aclara que, generalmente, “los pacientes no llegan a tener una anemia, pero sí déficit de hierro porque lo que ocurre es que hay una dificultad para que este mineral acceda desde la sangre al sistema nervioso central”. En investigación con modelos animales se ha comprobado que ese déficit de hierro “produce alteraciones similares a las que ocasionan el síndrome de piernas inquietas, que se traducen en ese aumento de la dopamina y del glutamato y reducción de la adenosina”. Pero el problema es más complejo porque el hierro cerebral “no siempre está bajo”.
En resumen, probablemente hay una dificultad en el acceso del hierro al sistema nervioso central, así como un trastorno en su distribución a lo largo del cerebro. “Y eso es lo que ocasiona las alteraciones en los distintos neurotransmisores”, concluye la neuróloga.
Tratamiento del SPI
La implicación de la dopamina llevó, en un primer momento, a la generalización del tratamiento con unos fármacos dirigidos a este neurotransmisor, denominados agonistas de la dopamina. Pero hoy en día se han descartado.
Lillo señala que tan solo el 2-3% de los pacientes tienen síntomas graves “y en el conjunto de la enfermedad el pronóstico no es malo”. Pero añade que no existen “muchas opciones de tratamiento». Los agonistas dopaminérgicos se usaron durante años porque resultaban muy útiles, pero se empezó a apreciar que esa eficacia solo se producía a corto plazo. “A largo plazo, su utilización hace que la enfermedad empeore, que es lo que se denomina síndrome de aumento, del que es muy difícil salir”.
En la actualidad, las guías clínicas recomiendan la administración de antiepilépticos que modulan el glutamato, como la gabapentina y pregabalina. También se puede utilizar hierro -por vía oral o intravenosa, según se considere necesario- cuando se detecta que está bajo. En los casos más graves se recurre a opioides como la oxicodona, el tramadol o la metadona.
Consecuencias cardiovasculares y psiquiátricas
Dado que esa sensación de inquietud en las piernas que caracteriza a esta enfermedad se pasa con el movimiento, se suele restar importancia a los síntomas, sin tener en cuenta que la imperiosa necesidad de deambular continuamente por la noche es incompatible con el sueño. “A diferencia de las personas con insomnio, quienes sufren SPI no se pueden tumbar o quedarse tranquilos en el sofá y, al menos, descansar; tienen que estar moviéndose por la casa”, añade Lillo.
Además, se ha comprobado que los afectados tienen más factores de riesgo cardiovascular (hipertensión, diabetes, hipercolesterolemia…) “y hasta en el 80% de los pacientes se producen unos movimientos, denominados movimientos periódicos de las piernas, durante el sueño”, apunta Lillo, quien agrega “que son pequeñas patadas; a veces es solo el pie, que se levanta y otras se mueve toda la pierna, como si fuera una patada hacia delante”. Estos movimientos son muy frecuentes -cada 55-90 segundos- y provocan pequeñas alertas en el cerebro que producen “una subida de tensión y de frecuencia cardíaca”. El resultado puede ser una afectación del sistema cardiovascular que “favorece la hipertensión y los eventos cardiovasculares”.
Las personas con SPI también tienen más riesgo de enfermedades psiquiátricas. “Fundamentalmente, depresión y ansiedad, así como un aumento del riesgo de suicidio”, asevera la neuróloga.
Purificación Titos fue diagnosticada con 20 años de retraso, pero ese momento supuso un punto de inflexión: empezó un tratamiento que normalizó su vida. Aunque es una enfermedad crónica y de vez en cuando experimenta síntomas, finalmente pudo volver a disfrutar del descanso que proporciona dormir toda una noche sin ninguna interrupción. Desde entonces, se ha volcado en dar a conocer el síndrome de piernas inquietas para que salgan a la luz todos los casos.