Crear ambientes seguros: un puente de confianza entre las familias y las escuelas
Sobre la necesidad de generar un vínculo de confianza entre la escuela y la familia para crear ambientes seguros y profundizar la prevención de abusos de niñas, niños y adolescentes, opinó para Télam la Lic. en Psicología Carolina Sánchez Agostini, psicóloga investigadora, directora académica de la Diplomatura en Educación Sexual Integral y del Seminario de Protección de Menores de la Universidad Austral.
POR CAROLINA SÁNCHEZ AGOSTINI
Existen muchas maneras de vivir la maternidad y la paternidad, y en la vida de una familia hay momentos únicos que dejan huella e impactan afectivamente. A la vez, hay otros que parecieran ser universales, similares para todas las familias, como lo es el primer día de clases: acompañamos a un hijo/a a la escuela por primera vez, de la mano, y soltamos, para entregar a esa escuela lo más valioso que tenemos.
Hay una transmisión de confianza entre las familias y las escuelas que, si lo pensamos por un instante, resulta bastante conmovedor. Si bien jamás dejaríamos un hijo a un desconocido, cuando soltamos su mano ese primer día de clases sabemos que quedará a cargo de muchos «desconocidos».
Esta situación de vulnerabilidad impulsa la necesidad de crear un puente de confianza entre las familias y las escuelas que se vuelva cada vez más inquebrantable, más seguro.
Muchas acciones están destinadas a que la confianza vaya arraigando. Una que ha ganado relevancia en los últimos tiempos, a partir de una toma de conciencia social sobre el tema, es la de crear ambientes seguros y profundizar la prevención de abusos de niños, niñas y adolescentes (NNA).
Frente a estas situaciones críticas, es importante considerar tres acciones, tanto en las escuelas como en las familias.
Prevenir. Conocer las distintas situaciones que vulneran a niños, niñas o adolescentes. Aparecen el abuso sexual infantil y la violencia física como situaciones que vulneran gravemente. Adicionalmente, existen muchas otras formas de maltrato que es necesario conocer para poder prevenir, como, por ejemplo, el maltrato emocional, el rechazo, la corrupción, el grooming, la negligencia.
Atender. Tenemos que poder afinar la sensibilidad que nos ayuda a detectar tempranamente situaciones de vulnerabilidad, tanto en las escuelas como en las familias. Unas veces, serán marcas expuestas, pero otras serán ojos tristes, miradas bajas, irritabilidad, falta de apetito, cambios repentinos de humor, temor a asistir a algún lugar o verse con alguna persona, actitudes hipersexualizadas.
Promover. Ofrecer orientaciones para que en la comunidad educativa se viva un ambiente cálido y afectivo, con el respeto adecuado a la intimidad de cada NNA. En ocasiones, cuando se ponen en marcha acciones de prevención de abuso y maltrato, la percepción puede expresarse así: «ahora no se puede ni saludar a los niños porque todo es malinterpretado». Esa percepción genera desconfianzas y distancias difíciles de compatibilizar con una educación de calidad. Promover ambientes seguros es un cambio cultural en el que incorporamos buenas prácticas relacionales y las convertimos en una nueva naturalidad, que refuerza la confianza: podemos vincularnos afectivamente, y a la vez cuidar la intimidad e integridad, especialmente en relaciones asimétricas o vínculos definidos por la autoridad. Ambientes cómodos, sanos, transparentes.
Las buenas prácticas de prevención han ido madurando con el tiempo: Establecer protocolos para gestionar situaciones críticas, evitando revictimizar y siguiendo los pasos indicados por la justicia; capacitar a docentes y familias; disponer ambientes que permitan ver hacia el interior de las salas que están dispuestas para que esté un/a menor solo con un adulto; ante una denuncia o incidente, evitar la difusión inmediata sin certezas al resto de la comunidad, para prevenir que el niño/a quede expuesto/a, y para evitar una potencial difamación de una persona inocente en caso de una confusión.
Los primeros días del inicio de clases son una ocasión óptima para poner en marcha acciones que fortalezcan el vínculo familias-escuelas. Así, ese momento en el que se comparte la enorme responsabilidad del cuidado, estará marcado por una confianza sólida y un trabajo en equipo. Entre todos protegemos la infancia y la adolescencia, y construimos ambientes seguros y afectivos.
Por Carolina Sánchez Agostini, Lic. en Psicología, psicóloga investigadora, directora académica de la Diplomatura en Educación Sexual Integral y del Seminario de Protección de Menores de la Universidad Austral.
Fuente: Télam