El Malbrán a la vanguardia en la producción de antivenenos
En América existen pocos países productores de estos antivenenos, que son el único tratamiento efectivo para picaduras de animales venenosos. En el Malbrán se producen ocho tipos, de los cuales cuatro son para las serpientes yarará grande y chica, la jararaca y yararacusú, la coral y la víbora cascabel; y cuatro para los arácnidos.
POR MARÍA CLARA OLMOS
Un total de ocho tipos de antivenenos para accidentes con serpientes y arañas ponzoñosas, uno de los cuales es único en el mundo, son producidos por el Instituto Nacional de Productos Biológicos (lNPB) de la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS) Dr. Carlos Malbrán, cuyo director, Christian Dokmetjian, destacó el «orgullo» de poder contar con este «imprescindible» desarrollo nacional con miras a la exportación en la región.
En América existen pocos países productores de estos antivenenos, que son el único tratamiento efectivo para picaduras de animales venenosos de importancia sanitaria, que llegar a ser letales si no se reacciona a tiempo.
Argentina es uno de ellos y el INPB se convirtió en «el mayor productor en cantidad y variedad de antivenenos en el país», aseguró el director de este organismo público, que desde su creación en 1916 trabaja en esta materia.
Actualmente producen ocho tipos, de los cuales cuatro son para las serpientes yarará grande y chica, la jararaca y yararacusú, la coral y la víbora cascabel; y cuatro son para los arácnidos, entre ellos los escorpiones, la araña marrón, la viuda negra y la araña del bananero.
El antiveneno para ésta última, producido por el INPB desde 2017, es el único producto específico para este envenenamiento que se hace en el mundo, en tanto que en Brasil sólo se produce una versión polivalente.
En diálogo con Télam, Dokmetjian explicó que la producción de antivenenos es «un proceso muy complejo que involucra múltiples profesionales de diversas disciplinas y que requiere de laboratorios sofisticados y caros de sostener».
«Gracias al esfuerzo del Estado, en el INPB producimos alrededor de 40 mil frascos por año, lo que nos da la capacidad de cubrir los hospitales centrales de todas las provincias», agregó.
De ese total, anualmente se registran entre 6 y 8 muertes, y los niños y niñas representan el grupo etario más vulnerable.
«Todas las especies con las que trabajamos pueden causar la muerte porque el veneno es muy potente y actúa muy rápido, a las pocas horas y hasta los dos días, por lo que si no se acude a un centro asistencial rápido, luego puede ser tarde, sobre todo para los venenos neurotóxicos, como la viuda negra y la del banano, la cascabel y la coral», explicó Dokmetjian.
El director destacó la importancia «de una institución pública como esta, que cuenta con toda la cadena de producción y con profesionales capacitados desde hace décadas». Y resaltó que en los últimos dos años «recibimos 20 veces más del presupuesto que veníamos recibiendo, que venía siendo magro», a partir del cual se pudo actualizar maquinaria y permitió «pensar en un estándar para exportar en la región, que hay faltante».
La semana pasada, el INPB donó y envió «de urgencia» unas dosis de antiveneno loxoscélico a El Salvador para el tratamiento de un accidente por picadura de araña a un niño de 6 años, al que pudieron «salvarle la vida luego de un excelente y coordinado trabajo para que llegara a tiempo».
«Dentro de los 47 mil tipos de arañas que hay, solamente cuatro grupos son los que pueden llegar a matar a una persona. Uno está en Australia y los otros tres son las arañas del banano, la marrón y la viuda negra. Acá tenemos de las tres y producimos sus antivenenos», explicó Adolfo De Roodt, científico del Área de Investigación y Desarrollo del INPB y docente de Toxicología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
El punto de partida para la producción es la búsqueda y captura de animales ponzoñosos, muchos de los cuales son muy difíciles de encontrar, lo que complejiza la producción del antiveneno ya que requiere de grandes cantidades de ejemplares.
«Un equipo interdisciplinario de biólogos, bioquímicos y veterinarios salen varias veces al año a distintas regiones del país a capturar animales venenosos, para lo que reciben mucho entrenamiento porque es un trabajo realmente de mucho riesgo», contó.
Ya en la sede central del INPB, los animales son alimentados y criados en el aracnario y el serpentario, respectivamente, para luego extraerles su veneno, ya sea extrayendo sus glándulas o por estimulación eléctrica, que hace que el animal se enoje y descargue el veneno, lo que ellos llaman «ordeñar».
«Luego analizamos los venenos, que cada uno es muy particular, definimos las características y preparamos el inmunógeno para los equinos, en una cantidad que no es letal para el caballo», indicó De Roodt.
Y continuó: «Una vez que el caballo tiene una cantidad suficiente de anticuerpos, se extrae el plasma en bolsas de 10 litros y se lo trae acá para empezar el proceso».
En una planta que cuenta con distintos laboratorios en los que incluso las puertas, paredes y pisos son específicos para la esterilización, el material pasa por distintas máquinas que lo procesan hasta llegar al componente específico capaz de generar alergia en el humano.
«Una vez que queda esa parte inmunológica que neutraliza el veneno para el cual fue preparado, se concentra, se filtra y se envasa estéril», explicaron los profesionales acerca de este proceso que «tiene un control de calidad muy estricto porque es un producto biológico e inyectable, es de los más difíciles de hacer».
Además de este procedimiento «tradicional» con los animales, el investigador adelantó que están avanzando en líneas de investigación para generar venenos recombinantes, es decir, artificiales.
«Con financiamiento del Ministerio de Ciencia de la Nación, los estamos probando y parece que tenemos buenas respuestas. Lograr esto sería otra historia», sostuvo Dokmetjian.
Fuente: Télam