Consecuencias del gigantismo
Algunos jugadores de baloncesto que han triunfado deben su elevada estatura a una enfermedad, el gigantismo. Sin embargo, muchos otros se han quedado en el camino, y no solo en el terreno deportivo. Esta patología puede tener consecuencias muy graves.
El gigantismo parece la condición ideal para dedicarse al baloncesto. Quienes lo padecen, pasan fácilmente de los 2,20 o, incluso, los 2,30 metros de altura. Sin embargo, la mayoría de las personas con esta enfermedad no se ganan la vida con este deporte y muchas veces ni siquiera pueden practicarlo de forma recreativa. ¿La razón? El elevado precio en términos de salud que hay que pagar por sufrir esta patología, que produce numerosas complicaciones.
Ha habido algunos casos de éxito, como el del español Roberto Dueñas, y otros con un final desastroso, como los del pívot congoleño Bienvenu Letuni o el baloncestista y posteriormente luchador argentino Jorge González. En los últimos tiempos han irrumpido dos gigantes adolescentes en el mundo del baloncesto: Olivier Rioux, que mide 2,35 metros con 18 años (aún tiene margen para crecer algo más) y Jeremy Gohier, que con solo 13 años ya mide 2,21 metros. Ninguno de los dos ha declarado padecer gigantismo, lo que puede ser un muy buen augurio para las carreras que acaban de comenzar. Afortunadamente, no todos los casos de talla elevada se deben al gigantismo.
Cara y cruz del gigantismo en el baloncesto
Roberto Dueñas mide exactamente 2,21 metros, lo que le convirtió en el jugador más alto de la liga ACB. Jugó 9 años en el FC Barcelona y triunfó como pívot titular, contribuyendo activamente a las victorias de su equipo. Se retiró en 2007 por sus problemas crónicos de espalda debidos a su elevada estatura. Su gigantismo le ha hecho pasar por el quirófano, pero ha podido tener una calidad de vida aceptable a pesar de todo.
Bienvenu Letuni representa la otra cara de la moneda de esta enfermedad. En 2009 aterrizó en España procedente del Congo. Tenía 15 años, 2,24 metros de altura y toda una vida por delante para cumplir su sueño: dedicarse al baloncesto profesionalmente. Pero tenía que pasar un pequeño escollo antes de incorporarse a las categorías inferiores de Joventut: una operación para corregir el tumor benigno que produce esta enfermedad. Tras ser intervenido, permaneció en la cantera del Joventut hasta 2012. Posteriormente regresó a su país, donde continuó teniendo problemas de salud. Falleció en 2022 a los 28 años. No pudo superar las consecuencias de su enfermedad.
Algo parecido le sucedió al argentino Jorge González, que alcanzó los 2,33 metros. Vivió algunos años más que Letuni, pero su carrera se torció desde casi el principio. En 1987 fue fichado por los Atlanta Hawks, por lo que pasó a ser el primer jugador argentino de la historia en ser seleccionado por una franquicia de la NBA. Sin embargo, no llegó a jugar oficialmente ningún partido con este equipo. Era demasiado torpe y lento. En 1989 le ofrecieron un trabajo como luchador profesional y debutó como El Gigante en mayo de 1990. Se convirtió en una estrella menor de la televisión e incluso participó en algún telefilme. Unos años después, saltó de la lucha libre estadounidense a la japonesa. Sus problemas personales y de salud fueron en aumento y murió a los 44 años sumido en la pobreza.
Consecuencias del gigantismo y la acromegalia
El gigantismo y la acromegalia constituyen una misma enfermedad, que es muy poco frecuente y puede presentarse en dos momentos muy diferentes de la vida. Se produce por la secreción extremadamente elevada de la hormona del crecimiento. Si comienza en la edad infantil o adolescente, cuando aún no se han cerrado los cartílagos del crecimiento, se denomina gigantismo. Aparte de una talla anómala, el niño presentará los rasgos físicos característicos de la acromegalia: crece la mandíbula, se separan los dientes, aumenta la lengua, se engrosa la nariz y los arcos ciliares (las cejas) y la frente se hacen más prominentes.
Se habla de acromegalia cuando la patología se inicia en la edad adulta. En este caso ya no aparece el aumento de altura, pero sí un agrandamiento de las manos y los pies, así como cambios en los rasgos faciales, engrosamiento de la piel, voz más grave y sudoración excesiva, entre otros síntomas.
Tanto el gigantismo como la acromegalia se asocian con distintas complicaciones derivadas del aumento de la producción de hormona de crecimiento, como cefalea persistente, vómitos, déficit visual (si el tumor comprime la vía óptica), más riesgo de diabetes, más probabilidad de padecer hipertensión arterial, mayor riesgo de cáncer de colon, alteraciones cardiacas, bocio…
En prácticamente la totalidad de los casos el exceso de hormona del crecimiento se debe a un tumor hipofisario. La hipófisis es una glándula del tamaño de un guisante situada en la base del cerebro, justo detrás de la nariz, que se encarga de regular y segregar las principales hormonas del organismo.
Tratamiento del gigantismo
Un diagnóstico precoz permite instaurar una terapia específica para controlar la secreción de hormona de crecimiento. En primer lugar, es conveniente extirpar quirúrgicamente el tumor hipofisario, siempre que sea posible. Si el tumor es menor de un centímetro se consigue una remisión del 75-79%, pero a partir de 1 cm las posibilidades de que la cirugía sea eficaz se reducen.
En lo que respecta al tratamiento farmacológico, los principales medicamentos disponibles son los análogos de somatostatina, que además de reducir la secreción de hormona reducen el tamaño del tumor; los agonistas dopaminérgicos, que se suelen utilizar en casos leves, y los antagonistas del receptor de la hormona del crecimiento, que limitan los efectos que produce la hormona de crecimiento.
Fuente: cuidateplus